3 de agosto de 2017

400 años de la plaza Mayor de Madrid. I


De laguna en el extrarradio a centro de actividad comercial y social. Con numerosos cambios, tanto de nombre como de fisonomía. Víctima de incendios devastadores. Testigo de ejecuciones, expectáculos taurinos, representaciones teatrales, conciertos, desfiles y coronaciones. Actual centro de reunión de jóvenes estudiantes en época navideña. De paso obligado para turistas y locales y, por ende, lugar de trabajo de carteristas y descuideros. En sus casi 400 años de existencia (este año se celebran los cuatro siglos del inicio de las obras) la plaza Mayor de Madrid ha sido reflejo de los cambios experimentados por la villa que la acoge.

Pero esta plaza Mayor no es la que conocieron los habitantes de Madrid de hace 400 años e incluso su historia se remonta a casi dos siglos antes.



Casa y torre de los Lujanes. Plaza de la Villa.
El lugar que actualmente ocupa este enclave fue originalmente una laguna conocida como Laguna de Luján por ser propiedad de esta poderosa familia de la España medieval. A los Lujanes pertenecían también los edificios más antiguos, que todavía hoy siguen en pie, de la cercana plaza de la Villa, por aquel entonces conocida como plaza de San Salvador, centro político y comercial de Madrid.

La laguna, frecuentada por la realeza para la caza del pato y en cuyos márgenes se establecían comerciantes con sus puestos de venta, estaba situada fuera de la muralla que rodeaba el Madrid del siglo XII, conocida como muralla cristiana o medieval, que amplió a la anterior musulmana.

Plano en relieve situado en la Cuesta de la Vega
El entorno se fue desecando y, entre los siglos XIII y XIV, la laguna dejo de serlo para convertirse, ya en el XV, en la plaza del Arrabal,  precursora de la futura plaza Mayor. Era conocida como del Arrabal por haber ido surgiendo en la zona espontáneos núcleos de población (arrabales), algunos de cuyos edificios, establecidos de manera irregular y sin atender a ningún plan urbanístico, delimitaron el perímetro de la plaza.

A pesar de estar situada en las afueras, la plaza del Arrabal comenzó a adquirir pronto un protagonismo que no ha perdido hasta hoy. El número de puestos de venta aumentó. Al no tener que pagar los comerciantes el impuesto para vender dentro de la muralla (portazgo) podían ofrecer mejores precios comerciando en el extrarradio. La nueva plaza se convirtió en lo que hoy llamaríamos un centro comercial, hasta el punto de que la feria que Madrid tenía autorizado celebrar mensualmente terminó por trasladar su sede del interior de la muralla a esta plaza del Arrabal, como sucedió también con otros mercados madrileños. Esta creciente actividad llevó a construir en la plaza la lonja, un edificio en el que se regulaba el comercio que acogía.

Mercado en el siglo XVII. BNE.
Con la llegada de la dinastía Habsburgo a la España de principios del siglo XVI Madrid experimentó un gran impulso, especialmente a partir del segundo monarca de la Casa de Austria (como se conocía a los Habsburgo), Felipe II, que trasladó la Corte a esta ciudad en 1561.

La Villa creció y la muralla desapareció casi completamente para dar cabida a la cada vez más abundante población. La plaza del Arrabal pasó a formar parte del Madrid de la época y el rey, a la vista de la importancia del recinto, encargó un proyecto de remodelación. De su diseño inicial se encargó Juan de Herrera, que ya había participado también en la construcción de San Lorenzo de El Escorial.

Pero fue durante el siguiente reinado, el de Felipe III, cuando se llevaron a cabo las obras, que contemplaban la demolición de las construcciones existentes. Los trabajos fueron supervisados por el conquense Juan Gómez de Mora, pintor de cámara de Felipe II, arquitecto de Felipe III y responsable también de otras construcciones relevantes como el Alcázar (precursor del actual Palacio Real), la Casa de la Villa o el Palacio de Santa Cruz.
Panel conmemorativo de la construcción de la plaza Mayor. Casa de la Panadería.

La estructura proyectada tuvo en cuenta la importancia comercial del recinto, por lo que en el solar de la antigua lonja se levantó la Casa de la Panadería, el primer edificio de la nueva plaza. Debe su nombre a que inicialmente fue sede de la tahona pública, o Tahona Principal de la Villa, además de caballeriza de los panaderos. La parte superior estaba destinada a usos más solemnes, incluida la acogida de los reyes en su asistencia a actos celebrados en la plaza. Su fachada se ha caracterizado siempre por las pinturas decorativas que la adornan y que han ido cambiando con las sucesivas reformas.

El resto de edificios fue construido acotando un espacio de unos 85 por 122 metros, pero con una altura superior a la que podemos contemplar hoy. Sus balcones sirvieron de palco para los actos celebrados en la plaza. Había obligación de cederlos a la realeza si así era requerido y sus dueños estaban autorizados a vender localidades para ocuparlos según un auto de 30 de junio de 1620, en el que se establecía que por las mañanas los balcones estaban destinados a uso particular y, en las tardes de fiestas reales, podían alquilarse por unos precios que iban desde los cuatro a los doce ducados.

Los soportales del perímetro alojaron a todo tipo de comerciantes distribuidos en gremios, llevando a cabo su actividad al resguardo de las inclemencias del tiempo.

Siguiendo con su carácter comercial, en años posteriores se estableció en la plaza el abasto de carne,
en la denominada Casa de la Carnicería, situada en la fachada opuesta a la Casa de la Panadería.

Pero, aunque ya terminada, la plaza Mayor se vio obligada a cambiar su aspecto en más de una ocasión. Tres enormes incendios desfiguraron su fisonomía y fueron necesarias otras tantas reconstrucciones que le dieron una nueva imagen.

El primero se produjo en julio de 1631. Durante tres días ardió la fachada sur, ocupada por la Casa de la Carnicería.

El artífice del proyecto original, Juan Gómez de Mora, se ocupó de reconstruir las cincuenta viviendas afectadas por el fuego. Lo que no se pudo restituir fueron las trece vidas a las que puso fin un incendio de tal magnitud que hasta el propio rey Felipe IV, acompañado de su valido el Conde Duque de Olivares, visitó el lugar para interesarse por las labores de extinción, que no solo comprendieron medios humanos sino también divinos, consistentes en la instalación de altares en los balcones para celebrar misas y desplazar hasta la plaza imágenes de santos y vírgenes.

En agosto de 1672 se repitió la tragedia. Otro incendio, esta vez en la fachada opuesta, destruyó la Casa de la Panadería, de la que solo se salvaron la planta baja y el sótano.

Tomás Román, bajo la dirección de José Ximénez Donoso, fue el encargado de llevar a cabo las obras de reconstrucción. Se mantuvieron los cimientos y la nueva estructura se adecuó a ellos intentando respetar el estilo original del edificio. Una placa conmemorativa recuerda la reconstrucción bajo el reinado de Carlos II, el último gobernante de la Casa de Austria en España.

Panel conmemorativo de la reconstrucción de 1672. Casa de la Panadería.
Y en agosto de 1790, reinando Carlos IV, ya de la dinastía de los Borbones, se produjo el tercer y más devastador incendio. Durante nueve días ardieron la fachada occidental y parte de la sur, por lo que la Casa de la Carnicería se volvió a ver afectada. Un tercio de los edificios que delimitaban la plaza quedó destruido debido, como en las anteriores ocasiones, a la abundante madera utilizada en su construcción. También se vieron afectados elementos externos, como la iglesia de San Miguel de los Octoes, situada en la actual plaza de San Miguel, que tuvo que ser demolida pocos años después.

De este tercer siniestro existen numerosos testimonios gráficos que nos dan una idea de la magnitud del mismo, tan enorme que se tomó la decisión de derribar los edificios anexos a las llamas para crear un desesperado cortafuegos ante los escasos recursos de que se disponía para sofocar el incendio.
Incendio de 1790. BNE.
Apunte de Juan de Villanueva. BNE.











En esta ocasión no se produjeron desgracias personales, pero más de mil personas perdieron su casa, por lo que el rey destinó un millón de reales a la ayuda para el realojo.

El incendio se inició en el Arco de Cuchilleros, diseñado por Juan Gómez de Mora y el más llamativo de la plaza por dar cabida a la curiosa calle de la Escalerilla de Piedra, que es simplemente, como su nombre indica, una escalera de piedra de 33 escalones que conecta la plaza Mayor con la calle de Cuchilleros salvando un desnivel aproximado de 4 metros.

En la cima de esta escalera encontramos un lugar curioso que, por su forma y la barandilla que lo limita, es conocido como el Púlpito. Parece ser que incluso fue usado por un fraile en tiempos de la Guerra de la Independencia para arengar a los madrileños en contra de los invasores franceses. Pero, a pesar de su aspecto, da toda la impresión de ser simplemente una solución arquitectónica destinada a que, quien salga del portal número 9, no  ruede escaleras abajo y acabe dando con sus huesos en la calle de Cuchilleros.

Dos números más allá, en el 11, situó Pérez Galdós la entrada, a través de una pollería que a la vez hacía de portal, a las viviendas de Fortunata y de don Plácido Estupiñá, personajes de Fortunata y Jacinta, novela recomendable para quienes tengan curiosidad por conocer algo más sobre la vida en la plaza Mayor y sus alrededores allá por mediados del siglo XIX.

Volviendo al arco de Cuchilleros, la diferencia de altura que salva su escalera se debe a que esa parte del terreno (que ampliaba la extensión de la plaza del Arrabal) estaba en pendiente, por lo que hubo que llevar a cabo un importante movimiento de tierra que permitiera colocar la nueva superficie a la misma altura de la ya existente. Para contener la fuerza de la tierra acumulada los edificios que separan la calle de Cuchilleros de la plaza Mayor fueron construidos con los muros exteriores inclinados a modo de contrafuerte.

Juan de Villanueva, que había dirigido las tareas de extinción del incendio de 1790 como Arquitecto Mayor de Madrid, se ocupó también de la reconstrucción de la plaza. Al ser tanto el daño, el espacio se rediseñó completamente y las construcciones adquirieron su aspecto actual. Se redujo su altura, pasando de cuatro a tres pisos más el nivel de calle, y el perímetro se cerró completamente, dándose acceso a la plaza a través de ocho arcos incluido el de Cuchilleros, oculto bajo los soportales, y un acceso más discreto entre los arcos de la calle de la Sal y la de Gerona.

También Villanueva diseñó el nuevo arco de Cuchilleros, que es el que podemos contemplar hoy.

Esta gran remodelación se alargó hasta 1854 y fue concluida por los sucesores del Arquitecto Mayor.

Las nuevas construcciones abandonaron la madera como elemento principal y el propio Juan de Villanueva estableció normas antiincendios para prevenir nuevas catástrofes.

Durante esta reforma se trasladó al centro de la plaza, por orden de la reina Isabel II y a petición del Ayuntamiento de Madrid, la estatua de Felipe III que entonces se encontraba situada en la entrada de la Casa de Campo conocida como El Reservado y que, anteriormente, ocupó  un lugar en los jardines del Alcázar, actual Palacio Real.

La estatua, regalo de la familia Medici a Felipe III, es obra del escultor flamenco de finales del Renacimiento Jean Boulogne, conocido en Italia, donde desarrolló la mayor parte de su obra, como Giovanni da Bologna o Giambologna y en España como Juan de Bolonia. Su discípulo y sucesor Pietro Tacca se encargó de finalizar el trabajo a la muerte del maestro.

La nueva ubicación de la estatua y el posterior ajardinamiento privaron a la plaza de su uso como centro de espectáculos. Y ya en la década de los 70 del siglo XIX, con un servicio de tranvías tirado por mulas en funcionamiento, el recinto pasó a formar parte del creciente entramado de líneas tranviarias y, más tarde, de autobuses.

Pero en 1956 la última línea de tranvías que atravesaba la plaza Mayor dejó de hacerlo y poco después se peatonalizó a la vez que desaparecieron los jardines, quedando tan solo bancos de piedra rodeando la estatua de Felipe III.

Con el tiempo la plaza comenzó a usarse como aparcamiento para el cada vez mayor parque automovilístico de Madrid, solución que pronto se desveló insuficiente dado el rápido aumento de vehículos.

Tranvías en la plaza Mayor. forotrenes.com.
A fin de solventar este problema, durante la década de los 60 del siglo XX se comenzaron a construir aparcamientos subterráneos, uno de los cuales, finalizado en 1969, se situó bajo la plaza Mayor, lo que supuso una obra de varios años. Durante esos trabajos también se tendió el empedrado actual, y así la plaza Mayor adquirió la fisonomía que podemos contemplar actualmente, a excepción de posteriores reformas menores y trabajos de mantenimiento que aún hoy continúan regularmente, aunque es posible que en breve el aspecto del recinto sufra otro cambio, pues, a día de hoy, parece ser que los árboles volverán a poblar la plaza, solo que ahora estarán contenidos en maceteros instalados junto a los soportales por iniciativa de la Asociación de Amigos del IV centenario de la Plaza Mayor y la Asociación de Hosteleros de la Plaza Mayor.

También se encuentra en marcha un proyecto que convertirá la Casa de la Carnicería en un hotel de lujo.

Panel conmemorativo de la reforma de 1961. Casa de la Panadería.
Y, para terminar esta entrada, vamos a ver cómo no solo la fisonomía de esta plaza ha ido cambiando con el tiempo. También su nombre ha sido objeto de modificaciones según la corriente política o la situación social del momento.

Sabemos que nació como plaza del Arrabal y que, tras su primera reforma, se convirtió en la plaza Mayor. Pero antes de ser un espacio edificado, cuando simplemente era un lugar embarrado dedicado al comercio, era conocida como plaza de la Laguna.

En 1812, con la aprobación de la Constitución de Cádiz, se decretó que todas las plazas principales de las poblaciones donde hubiera sido promulgada pasaran a llamarse plaza de la Constitución, ordenando también la colocación de una lápida en dichas plazas con la nueva denominación

En el caso de la plaza Mayor, la lápida con la inscripción "Plaza de la Constitución" se colocó en la fachada de la Casa de la Panadería. Dos años después fue arrancada por los propios madrileños a la vez que festejaban la llegada del nuevo rey, Fernando VII, con lo que el nombre de la plaza cambió de plaza de la Constitución a plaza Real, nombres que fue alternando hasta 1873 con algún arrancamiento de lápida más.

La I República, que tan solo estuvo activa desde el 11 de febrero de 1873 hasta el 29 de diciembre de 1874, la bautizó como plaza de la República, de la República Federal y de la República Democrática Federal sucesivamente.

Con la vuelta a la monarquía y con Alfonso XII como rey retomó el nombre de plaza de la Constitución y se mantuvo así hasta 1940 en que recuperó su actual denominación de plaza Mayor, como refleja la correspondiente lápida que sigue instalada en la Casa de la Panadería.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por el artículo. Menuda labor de documentación.
    Feliz cumpleaños a nuestra Plaza Mayor. Cuánta historia pisamos día tras día sin pararnos a pensarlo.

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  2. Pues sí, ha habido que dar muchas vueltas para encontrar tantos datos y contrastarlos en lo posible. Y muchos paseos temprano por la mañana para hacer fotos de la plaza sin gente.

    Es verdad que pisamos historia todos los días, pero nos pasa desapercibida. Habrá que seguir investigando para futuras entradas.

    Gracias por el comentario.

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